Adriana Papayanopulos

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Criticas

         Adriana Alonso y la eterna isla que se aleja

 

     Con el paso del tiempo el arte y los artistas alcanzaron lo que André Michaux ha descrito como la fascinación de la libertad. Así mismo, el escritor francés, portador de una aguda inteligencia, pudo advertir que esta aparente nueva condición del sujeto creador le podría conducir a un cierto libertinaje en demérito de la obra de arte. Es claro, entonces, que estaba consciente que el arte es en primer lugar un ejercicio de la disciplina cotidiana, y que por lo tanto, el artista está obligado  a conseguir un control de la técnica y los materiales para expresar de manera coherente –desde el punto de vista estético– los prejuicios y juicios que configuran su personalidad.

 

         En apariencia, disciplina y libertad son conceptos, actitudes o formas opuestas al interior del ser humano; pero un artista, un verdadero artista, sabe que la libertad creativa y creadora requiere necesariamente de un control de la técnica y de una claridad conceptual determinante. Sabedora de estos principios,  Adriana Alonso,  se ha propuesto en cada uno de sus cuadros cumplir con estas condiciones que contribuyen a la forja de los valores estéticos implícitos en la obra pictórica. En tal sentido, he decidido realizar una breve descripción de algunas de sus pinturas ejecutadas en acrílico, con el propósito de acercarnos a la impronta de un universo de color, texturas, formas y símbolos que nacen de manera voluntaria e involuntaria en el artista. He aquí algunos ejemplos que espero contribuyan a interpretar, y aproximarnos con singular calidez, a la obra de Adriana Alonso:

 

         Laberintos del alma es un paisaje aéreo donde se observan varios archipiélagos de manchas verticales y horizontales de pinceladas blancas y rojas, ondulantes y en movimiento constante. En los espacios contiguos, es decir, en los pasillos que rodean estos fragmentos de color luminoso, encontramos una caligrafía indescifrable pintada con mucha intensidad hasta convertirse en un alambre (quizá de púas) que impide el libre tránsito de las emociones, de las ideas, de los sentimientos o de los individuos con los cuales habrías mantenido –temporalmente– una relación que ha marcado casi toda tu vida. La imposibilidad de ser frente a la isla que se aleja, no por los muros de agua, sino esa suerte de contaminación metálica que impide llegar a buen puerto.

 

         Resurgiendo es un cuadro donde el artista empleó tres colores: rojo al fondo y blanco y negro en primer término. Con ellos aprovecha las formas y texturas que provocan una mezcla accidentada para crear una explosión de matices que nos sugieren un volcán en erupción. También puede interpretarse como lava seca en reposo o un tronco de un árbol cercenado por una tempestad crepuscular. Sin duda, el cuadro con sus tres colores y sus gamas logradas con el blanco y el negro, logran un paisaje vigoroso donde habrán de encontrarse algunos rostros propios y extraños que siempre habitan en el interior de todo ser humano.

 

         No siempre existe una relación significante entre el título y la obra. Muchas veces uno y otro hacen, inconscientemente, alusión a dos estados de ánimo diferenciados o, también, por qué no, en ocasiones la descripción literaria resulta insuficiente para describir lo que en otros planos visuales el cuadro está proyectando al espectador. Es muy posible que esto ocurra con Perdiendo el sentido, porque, efectivamente, en esta obra existen por lo menos dos sentidos: el geométrico reticular que dibuja una ventana desde donde se mira un paisaje cósmico, convulsionado y envuelto en las pasiones humanas. Uno y otro sentido tienen sus propios valores formales: La ventana es pulcra, simétrica y racional; el paisaje del fondo, aunque atormentado, tiene cautivada la existencia del ser a través del claroscuro, las texturas, los empastes del pigmento y la brillantez que nos proporciona el plenilunio.

 

         Rupturas que nos definen da la impresión, por su diseño y textura, de ser una serie de fragmentos de una indumentaria que concentra momentos definitorios en la vida de algún personaje único, asediado por los recuerdos que van conformando diversas etapas de su existencia. Indumentaria bordada de contrastes: azul celeste liso y azul de Prusia texturado como si se tratara de un pastel colmado de chantilly. Además de los bordados, que bien pudiera tratarse de la cuenta de los días, resaltan los signos caligráficos en los espacios de colores planos. La yuxtaposición cromática es quizá una voluntad implícita, inconsciente del artista para mostrarnos sus emociones primigenias o infantiles o púberes, en sí mismas contrastadas entre la aparente calma y la incertidumbre que erosiona las blandas texturas del ropaje. 

 

         Aunque el título lo sugiere, Sin importar de dónde, ni cómo ni cuándo, sabemos que estamos frente a un cuadro dónde –¡por fín!– se advierte un juego lúdico y poetizante del artista. Manchas de color rojo apasionado que reflejan su sombra en el papel diáfano, creando de esta manera un sentido de profundidad, volumetría y de atmósfera volátil. Pero además, otros elementos importantes, son la utilización azarosa del chorreo del pigmento, creando formas caprichosas que habrán de ser manipuladas por el artista de manera controlada para lograr un escenario que nos muestra un carnaval vibrante y colorido a pesar de que estamos frente a una paleta casi elemental. Sin importar de dónde encierra esa doble condición necesaria en el artista contemporáneo: la disciplina técnica y la libertad conceptual.

 

         En fin, cada cuadro es una búsqueda personal, íntima y apasionada que Adriana Alonso utiliza como estratagema –a manera de catarsis– para conocer sus emociones, sentimientos, miedos, debilidades y fortalezas. Es una búsqueda que tiende a encontrarse consigo misma a través del acto creativo, pero, más que un instrumento de transformación esencial del ser, una vez más comprobamos que el arte pictórico –como todas las artes– es un magnífico recurso para que el artista deje un testimonio de la condición humana, donde la miseria y el esplendor conviven como parte de un entramado imposible de disolver. Esa y no otra es la trascendencia del arte, y, por ende, eso es lo que impulsa al artista a materializar sus sueños.   

 

 

Julio César Martínez

 

 

 

INTROSPECCIÓN DE UNA MENTE... ADRIANA ALONSO PAPAYANOPULOS

 

 

 

Viajar de manera subrepticia a nuestro interior es posible, cuando  tratamos de explicarnos alguna circunstancia envolvente, no obstante cuando dicha odisea implica, realizar tal periplo utilizando propuestas artísticas, nos preguntamos... realizar una introspección verdadera ¿será posible,  en este terreno, sin inclinarnos a favor de los deseos y los sueños , o  de nuestras pasiones mismas?... tal vez... pero es difícil...

 

Las fronteras de la investigación y desde luego la de conjeturas y pesquisas se rompen hasta en lo más transparente y exacto de psicoanálisis... al no ser para establecer paradojas de tipo sarcástico, a lo Woody Allen, expuestas con gran maestría en muchos de sus discursos cinematográficos, las introspecciones suelen llevarnos a nuevas inquietudes, lo ventajoso, es una búsqueda, pero aún así, el misterio continua,  pues la mente, es un misterio  y también  la intuición.

 

Kandinsky  en su libro... De lo espiritual del arte, menciona: “en el arte... todo es cuestión de intuición... lo artísticamente verdadero sólo se alcanza por la intuición... el arte actúa sobre la sensibilidad y por lo tanto sólo puede actuar a través de la sensibilidad...”

 

Tales pueden o debieran ser las premisas para acercarnos al planteamiento plástico de Adriana Alonso Papayanopulos, quien en un impecable manejo abstracto nos introduce simbólicamente  a un cómodo diván de auto análisis.

Los colores y texturas en cada uno de los enunciados compositivos de la pintora veracruzana, nos evocan a esa marcha emocional hacia el pasado,  asociando  cada eventualidad  verde - café o negro - rojo con la nostalgia de una niñez agotada, pero de entuertos pueriles prolongados. Sus árboles incandescentes, sus espirales grises, como serpentinas tiradas desde lo alto y el mar por medio de miradas y rupturas, nos sumergen de espaldas a cómodos escepticismos.

 

El abstracto va más allá de los agrados y desagrados por la eclosión de color... la  intuición y sensibilidad pueden permitirnos la caricia o el rechazo de ciertos momentos,   consecuentes o no,  a la alegría o al fracaso, esa misma tonalidad baña o desdibuja  nuestras percepciones o estados de ánimo.

 

 La obra de Adriana Alonso es la antesala, a la reminiscencia de tales emociones, nos coloca en la dinámica frugal de ir y venir dentro de nosotros mismos. Su vocabulario colorístico nos arroja  de forma precisa en  el umbral de varios cuestionamientos, sobre todo aquellos relacionados con la libertad, sitio donde la pintora dirime con espléndidas geometrías los espectros  y cavernas del subconsciente.

 

 

Ivonne Moreno Uscanga

Directora de Casa Principal

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“Ante el último respiro”, obra que nos presenta Adriana Papayanopulos, y que su autora la describe como arte figurativo abstracto.

El óleo como un reguero sigue su camino, revolucionando sus pigmentos para ser presencia viva ante el último respiro que debate su razón existencial sobre fondos que rompen el desértico silencio siguiendo de reojo al drip-paintings que abanderara Jakson Pollok, enervando un viaje adherido a la mancha, un universo que aglutina en su laberinto un entramado dialéctico de cimbreos con la línea, un juego abigarrado donde a pesar de la mancha el óleo sigue su curso, dejando la sensación de limpia presencia en un fondo de color que la luz da transparencia y claridad despejando el horizonte.

El reguero se interconecta y emparenta con la mancha en su búsqueda, en su paso por distintos estadios, negro, rojo y blanco, fondos de color que la luz recrea en cada espacio rectangular, ventanas donde el serpenteo del óleo en su tránsito hacia el último respiro se estira entre manchas de naturaleza incierta, alargándose en su búsqueda hacia su destino, como dijera Pollok, “Descifrar la naturaleza para descubrir el ritmo de su propia vida”

El mismo Jakson Pollok, decía: “La pintura abstracta es abstracta… no tiene principio ni fin”. La obra de Adriana Papayanopulos se debate en la abstracción buscando una figuración inexistente, insinuada, figuración que no pretende decir nada, pero que dice muchas cosas a la vez; un viaje introspectivo que la pintora recrea a su manera, a su estilo, dejando que su impulso creador se debata entre la representación y la imaginación de la nada, un sorbo de su ingenio ante el último respiro.

Sus grafías abstractas espontáneamente buscadas, seducen a la mirada llevando al imaginario a querer adivinar en la abstracción un universo figurativo, que sólo toma sentido con la imaginación. 

En esta obra, la materia del óleo no dice nada en su discurrir por el lienzo si no se intenta buscar la verdadera expresión del abstracto.

JORGE ERNESTO IBAÑEZ VERGARA

España


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